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Mass Market Paperback
First published October 1, 1973
Cuando yo era niña, recuerdo haberme sentido muy fascinada por un recurso literario común a varias de las historias de amor primeras que leí, bien procedentes del campo de la novela rosa (aquella colección en rústica desde cuya portada solía mirarnos, por una cincuenta, cierta extraña mujer de boquita pequeña, ojos perdidos en la lejanía y sombrero calado hasta las cejas), bien de unos folletines decimonónicos con olor a humedad que habían alimentado también sueños juveniles de mi madre y se guardaban en los armarios de una casa donde veraneábamos, en Galicia.Y después de varias consideraciones sobre la necesidad de un espejo, cierra el artículo un párrafo mostrando su tesis:
Este recurso literario, inadvertido entonces para mí como tal artificio, consistía en el despliegue de ciertos elementos constantes y más o menos análogos, encaminados a rodear de un clima de excepcionalidad el encuentro de los protagonistas, es decir, el momento en que pasaban de ser desconocidos a conocerse aquel hombre y aquella mujer que el autor, mediante una amañada y anterior atención a sus ademanes y rasgos, ya nos había venido señalando tácitamente como destinados a amarse contra viento y marea a través del hojaldre de vicisitudes y malentendidos que habían de disolverse en el capítulo final. El hecho de que, al cabo de los años, la urdimbre de todas aquellas historias, devoradas en siestas veraniegas y en noches invernales, forme un conglomerado irrelevante del que solamente consiguen destacarse con sorprendente nitidez muchas de estas escenas iniciales del encuentro, no puedo atribuirlo a mayor maestría literaria por parte del autor en el tratamiento de estos fragmentos salvados del olvido, ya que, si bien se piensa, no eran menos convencionales que el resto del argumento, sino más bien al contrario. A solas, casi siempre de noche o al atardecer y mediante una irrupción inesperada o violenta, cuya justificación no siempre era satisfactoria, el autor colocaba frente a frente por vez primera aquellos jóvenes desconocidos en el seno de un decorado natural cuyas cintas de grandiosidad solían cargarse recurriendo a una gama de imágenes tópicas que tocaban a veces lo grotesco. Y, sin embargo, hoy pienso que aquel ritual tenía cierto sentido: el de enmarcar el encuentro, acentuándolo como acontecimiento en sí y, por supuesto, el primordial de toda la novela. Comprendo, en suma, que con aquellas solemnidades descriptivas se estaba festejando el nacimiento de una esperanza tan arraigada en el alma humana que su renovación, por pobremente que se encienda, una y mil veces ha de hallar eco en todas las conciencias: la de que un ser pueda ser conocido y abarcado por otro con quien se enfrenta por vez primera. (Esperanza tergiversada, defraudada incumplida en general de modo irremediable a lo largo de tiempos y de historias, pero resurgida perennemente al más tenue calor que la propicie.) Y esta esperanza resplandecía allí, nimbando la escena inicial del encuentro, aunque sus posibilidades se perdieran después enterradas en el discurrir de la anodina historia donde nadie llegaba a conocer a nadie, desorientados los propios protagonistas de su búsqueda inicial bajo la pulverización de aquella anestesia sonrosada, uniforme y empalagosa con que los rociaba el autor a través de páginas y páginas hasta apagar en cada uno de ellos cualquier conato de curiosidad por el otro, hasta marearlos y entontecerlos.
Y solamente aquellos ojos que se aventuraran a mirarnos partiendo de cero, sin leernos por el resumen de nuestro anecdotario personal, nos podrían inventar y recompensar a cada instante, nos liberarían de la cadena de la representación habitual, nos otorgarían esa posibilidad de ser por la que suspiramos.La búsqueda de interlocutor: sobre que la literatura es juego y diálogo. El momento más brillante:
Y con esto creo llegado el momento de aventurar una suposición que para mí tiene muchos visos de evidencia: la de que nunca habría existido invención literaria alguna si los hombres, saciados totalmente en su sede de comunicación, no hubieran llegado a conocer, en la soledad, el acuciante deseo de romperla.Un aviso: ha muerto Ignacio Aldecoa: me veo incapaz de resumir una memoria tan personal de un amigo, pero solo apunto que me encanta cómo muestra el falso dilema de la cultura popular y la "alta" cultura. Es un fragmento tiernísimo, me tuvo en suspensión. En estos retratos personales se incluyen también los posteriores artículos Mi encuentro con Antoniorrobles y Conversaciones con Gustavo Fabra.
(...) cualquiera podrá recordar algún poema, canción o trozo de prosa (que en todas las épocas y países ha habido) cuyo tema sea el de la rebeldía del hombre frente a la palabra, o bien luchando contra sus estrecheces de mejor o peor fe, o bien renegando de ella, es decir, considerando que la palabra traiciona y tergiversa la esencia de lo inefable.Sobre lo atrofiado de la queja, habla más adelante en un tono un poco más manido en Quejosos y quejicosos
Lo que sí me parece, en cambio, peculiar de nuestro tiempo es que ese fenómeno simultánee su vigencia con un recrudecimiento exasperado del prurito por comunicarse con los demás. En ello estriba la gran falacia y contradicción de los debates en torno al asunto. El tipo —tan común en otras épocas como raro en la nuestra� del misántropo que, desengañado de las palabras o harto de sus rigores, se retiraba en total soledad y ensimismamiento a rumiar lo inefable, respondía un proceso coherente; pues, si bien desesperaba del logos, no dejaba de estar reconociendo con su actitud, por otra parte, que al haberle fallado ese instrumento, ningún otro podría abrirle camino hacia posibles interlocutores, y ese convencimiento era la razón fundamental de su deserción.
Hoy, en cambio, nadie se retira en soledad ni a rumiar lo inefable ni a rumiar nada de nada. Se exige perentoriamente un ademán de perpetuo intercambio, de estar pasándole algo a otro, al que sea, al primero que se tenga al lado, igual da; y algo que tampoco importa lo que sea ni interesa analizar o definir. La cuestión es mantener esa ficción de diálogo, de comunicación, de intercambio entre los hombres.