What do you think?
Rate this book
79 pages, Paperback
First published July 12, 1981
Two months without seeing her, six weeks since I received her last letter. Instead of forgetting her, I feel like I love her more than ever. And I don’t care if that sounds corny.
I wrote her a poem, but it was so bad I tore it up. What is she doing? Where is she and who is she with? I go by her house every night. It’s always locked up.
I’m going to keep my memory of this moment intact because everything that now exists will never be the same again. One day it will all seem to have been part of the most remote prehistoric era. I’m going to preserve it because today I fell in love with Mariana. What will happen? Nothing will happen. Nothing could possibly happen.
�It was the year of polio: schools full of children wearing orthopedic devices; of foot-and-mouth disease: all over the country tens of thousands of sick livestock were being shot; of floods: the city center had turned into a lake...the adults complained about inflation, changes, traffic, immorality, noise, crime, overpopulation, beggars, foreigners, corruption, the limitless wealth of the few and the abject misery of almost everyone else��
�I wasn’t repentant and I didn’t feel guilty. Loving someone is not a sin, love is good, and the only demonic thing is hatred.�
Mientras tanto nos modernizábamos, incorporábamos a nuestra habla términos que primero habían sonado como pochismos en las películas de Tin Tan y luego insensiblemente se mexicanizaban: tenquiu, oquéi, uasamara, sherap, sorry, uan móment pliis. Empezábamos a comer hamburguesas, pays, donas, jotdogs, malteadas, áiscrim, margarina, mantequilla de cacahuate. La Coca-Cola sepultaba las aguas frescas de jamaica, chía, limón. Los pobres seguían tomando tepache. Nuestros padres se habituaban al jaibol que en principio les supo a medicina. En mi casa está prohibido el tequila, le escuché decir a mi tío Julián. Yo nada más sirvo whisky a mis invitados: hay que blanquear el gusto de los mexicanos.
Romita era un pueblo aparte. Allí acecha el Hombre del Costal, el gran Robachicos. Si vas a Romita, niño, te secuestran, te sacan los ojos, te cortan las manos y la lengua, te ponen a pedir caridad y el Hombre del Costal se queda con todo.
Antes de la guerra en el Medio Oriente el principal deporte de nuestra clase consistía en molestar a Toru. Chino chino japonés: come caca y no me des. Aja, Toru, embiste: voy a clavarte un par de banderillas. Nunca me sumé a las burlas. Pensaba en lo que sentiría yo, único mexicano en una escuela de Tokio; y lo que sufriría Toru con aquellas películas en que los japoneses eran representados como simios gesticulantes y morían por millares. Toru, el mejor del grupo, sobresaliente en todas las materias. Siempre estudiando con su libro en la mano. Sabía jiu-jitsu. Una vez se cansó y por poco hace pedazos a Domínguez. Lo obligó a pedirle perdón de rodillas. Nadie volvió a meterse con Toru. Hoy dirige una industria japonesa con cuatro mil esclavos mexicanos.
“Voy a guardar intacto el recuerdo de este instante porque todo lo que existe ahora mismo nunca volverá a ser igual�.