No se llama Jeidi, pero así le dicen porque vive sola con su abuelo en la punta del cerro. Es 1986, al campo están llegando los videoclubes y los niños ven Terminator y van a pescar al estero. Jeidi parece vivir en un planeta paralelo donde se comunica con un Dios extraño, caprichoso y malas pulgas. Y lo que ocurra con esta niña santa, huérfana y no muy pilla va a cambiar el destino de su pueblo, o quizás solo el suyo.
Jeidi, un retrato tragicómico del campo chileno, es la cautivadora primera novela de Isabel M. Bustos y revela a una autora de gran oído y refrescante sentido del humor, con una pericia exquisita en el control del absurdo y una comprensión profunda de los temores e ilusiones de sus personajes.
Siempre estoy con ganas de leer a una nueva autora chilena, y de leer algo editado por los maravillosos Blatt y ríos, pero no entendí nada, mundo ŷ. Quizás soy una mujer desalmada y no creo que exista esta ingenuidad, o quizás me parece una novela demasiado chiquita. Seguro estoy diciendo una barbaridad, pero no conecté nada con el libro. Me quede esperando un poco de algo, ironía, gracia complejidad, en todo caso cosas que no encontré aquí.
Una trama simple, nada del otro mundo, pero le doy 4 ⭐️ por: la hermosa forma de describir el Chile rural ochentero sin caer (excesivamente) en la caricatura o idealización; por el cuidado en los personajes y la forma en que los define; y por la maravillosa protagonista. Un libro livianito, pero bien escrito, de esos que dejan una sonrisa y una sensación de que aún hay esperanza si quedan Jeidis en el mundo.
Esta novela podría haber sido un fracaso absoluto; en efecto, puede que para muchos ese haya sido el examen tras su lectura. Y es que tiene muchos elementos que juegan en su contra: la historia se remonta a un tiempo pasado que, quizás, no valga la pena recuperar; sus personajes, tremendamente divertidos y ruidosos, podrían pensarse como insípidas caricaturas del campo chileno; y la prosa, fervorosa y apasionada, podría espantar a más de algún lector quisquilloso. Yo pienso, por el contrario, que todos estos elementos hacen de Jeidi una novela sorprendentemente vívida, emocionante, tierna, y, por sobre todo, memorable.
En cuanto al espacio-tiempo en el que transcurren los acontecimientos, uno puede hacerse la pregunta de por qué sería necesario traer al presente un cronotopo de antaño, en el que se escenifica la ruralidad de un pueblo católico a más no poder, viciado por los designios de la divinidad. Para mí, la respuesta es sencilla: en el Chile actual, aún persisten los pueblitos con tales características. Escribirlos es rescatarlos del olvido y posicionarlos en un imaginario que parece haberlos extinguido entremedio de la vorágine urbana.
Los personajes, por su parte, me resultan graciosísimos, pero nunca al punto de caer en la bufonería. Por el contrario, son pura subjetividad. Creo, además, que la autora logra articular un universo único en el que cada uno de estos aporta significativamente a la historia. Tras conocerlos, permanecen flotando en la memoria, al igual que muchas escenas en las que se ven involucrados. Pienso en la Jeidi, por ejemplo, como una cabra chica miedosa, pero valiente, que se encuentra en un período biológico muy complicado. A lo largo de la historia conocemos un poco de la exploración de ese período, no exento de dudas y locuras.
Quisiera destacar la escritura. No conozco a Isabel Bustos, jamás había leído algo suyo y no sé si cuente con más libros, pero con este texto me queda claro su talento para la prosa. Me llama mucho la atención el estilo, que se enmarca dentro de un, digámoslo, neoregionalismo que recuerda un poco al realismo mágico. Pero, no sé, hay algo más. Hay humor, ternura y da mucho gusto leerla. Yo creo que este libro me encantó porque veo mucho de Villa Pratt en el pueblo en el que vivo. Esa mitología de la religiosidad popular, las ofrendas, las animitas, el embarazo divino... las reconozco en mi realidad próxima, de alguna u otra forma.
No tengo dudas: esta novelita queda entre mis favoritísimos. Qué talento desborda esta autora, estoy muy ansioso por leer más de ella. Voy a empezar destacando lo más notorio: la voz narrativa. Esta historia se cuenta con tanto aliño que párrafos enteros quedan grabados en la memoria. Muchísimos aciertos en el fraseo que se complementan con una espesura ficcional donde todo es relevante. Simplemente bacán. El imaginario de esta novela es pulento. Muchísimas pequeñas y medianas historias van complejizando el argumento central en una refrescante actualización del estilo garciamarquesino. A propósito de estéticas rurales: la representación ni-tan-romántica de la pobreza campesina y el éxtasis religioso le recuerdan al lector urbano que Chile es un país latinoamericano. La nota personal: yo también le milito a este estilo narrativo o pretendo hacerlo. Espero conocer pronto a la autora.
Jeidi relata una historia sencilla y representativa del Chile campesino. Es una novela corta, escrita con un lenguaje ágil y ameno que te cautiva tanto, que te hace leerla de un solo tirón. La historia está llena de ingenuidad, idiosincrasia campesina, supersticiones, religiosidad, pobreza que nos muestra la cruda realidad de quienes viven alejados de las grandes ciudades y ni se enteran de lo que la dictadura le está haciendo al país.
Jeidi es una niña huérfana de once años que vive con su abuelo en un pequeño pueblito llamado Villa Pratt. Lleva una vida austera, es una gran devota de Dios y comparte sus días con sus amigues Vicki y Ariel. Un día tiene un sueño profético que cambiará su vida al cien por ciento.
Jeidi me recordó un poquito a Papelucho, pero ella es más tierna y muy pobre. La historia me atrapó tanto que lo leí en unas horas. Me sorprendió el final y quedé con una sensación extraña, entre tristeza y compasión, no sé.
escuché por ahí que esta novela primero fue un guión. su maravilla va atada a pensarse primero en ese formato, creo yo. es que los personajes y escenarios están tan bien construidos. cada une de elles suma y suma a la historia. sus características son tan propias que es difícil confundirse en los nombres. me encantó, saben. la escritura es directa y rápida. los personajes tiernos, pícaros y a la vez muy inocentes. y la Jeidi, por la chucha, qué humana más preciosa.
busco y busco mundos proletas, de campo, de casa con patio por delante y atrás. el mundo de Jeidi es mucho más desolador que el mío, esosí. pero las casas también pueden ser nuestras personas. y creo que ese sentimiento de comunidad, de pertenecernos, es muy lindo y propio de las personashogares con pisos de tierra.
Como dijo la jane austen, si lo amara menos sería capaz de hablar más sobre él, o algo así. No sé qué decir sobre el libro, salvo que encuentro que es perfecto. Un perfecto retrato del campo chileno y de una atmósfera de soledad, tristeza, ingenuidad y esperanza, todo a la vez. La Vicki por lejos es el mejor personaje, y la Jeidi con guagua o sin guagua, es una santa. El libro podría haberse ido para cualquier lado, y por ahí va el genio de Isabel Bustos para narrar la historia, pero se fue por el final más perfecto, de verdad que no le cambiaría nada. Me encantaría verlo en un cortometraje, aunque no podría leerlo de nuevo porque es más triste que la chucha
Me gustó harto. Tal vez por ratitos pareciese que se está adentrando demasiado por el lado inocentón meloso chistoso, no obstante es entonces cuando hábilmente deciden retomar las vertientes más feas de lo que significa vivir en el campo: ser casi analfabeto y estar enterrado en la más terrible de las pobrezas.
Pareciese que ensalza lo bucólico más en ningún momento deja de sacar esos trapos sucios que de alguna manera igual lo definen.
El trago, la religión, la superstición y la ignorancia son la constante. Pero hay sueños también, sueños chiquitos pero importantes. Como el espíritu de esas películas de niños chicos en los ochentas, pero en un pueblo aleatorio cerca de Talca. Sin gringos ( o casi). Y con mujeres.
Los personajes si bien parecen caricaturas, no dejan de ser menos entrañables por ello. Además que Isabel M. Bustos los esboza súper rápido y de una forma bien bonita.
Marqué caleta de pasajes:
“Además de los funerales, la misa del domingo es la única ocasión en que se reúne todo el pueblo. Todos menos el bombero, que es masón. Aunque no tiene idea de lo que es eso, saben que no cree en Dios y que el fuego es cosa del diablo, así que nadie lo llamaría si se incendia algo; mejor arder aquí que allá abajo en el infierno�
“Se sienta tímidamente al lado de Güindsurf que tiene cinco años y es su preferido porque siempre le pregunta cosas de ella y eso no pasa muy seguido. Además le gusta su nombre. La señora Gladys dice que lo sacó de unos lolos curicanos que iban al lago Vichuquén y se quedaron en pana frente a su casa. Llevaban esas tablas raras�
“Le da como un mareo cósmico hacerse cargo de una situación tan peliaguda, pero sabe que su amiga es una santa y la necesita a ella, porque la pobrecita es, además de guacha, huérfana y no muy pilla�
“Es divertida la vejez cuando está lejos�
“Jeidi se hincha de emoción. Si el abuelo le cree, al diablo con el resto. Por su puesto que se arrepiente altiro de pensar en el Cola de Flecha y se hace tres pequeñas cruces sobre el corazón con el pulgar mientras repite tres veces ‘vade retro�; así le enseño que se hacía la Vicky después de ver El Exorcista�
“Le traen cartas, globos, dulces, ropa de guagua, peluches. Vicky los acumula en una carretilla, sin entender por qué a alguien podrían gustarle los peluches. De partida, no se comen�
“Al verle la cara, lo primero que piensa es que ojalá su hijo salga con esos ojos como el río Claro y de pestañas negras y tupidas. Lo que es ella, tiene pestañas de chancho�
“Sabía que sería rubio como el choclo�
“Los entierros de dinero son los tesoros con que sueñan los niños por esos lados donde no hay bancos…Cavaban tardes enteras esperanzados, gastando mentalmente el dinero. Por supuesto, sabían que si llegaban a encontrar uno no podían usarlo hasta pasado un año. Si no, uno se muere, como ese ignorante de la ciudad que desenterró una olla de fierro llena de monedas, se compró un auto altiro y chocó contra un árbol la misma noche�
Ángela es una niña que vive sola con su abuelo, en el cerro; dentro de Villa Prat. Por ello la conocen como “Jeidi�. Tiene una relación especial con sus paños que le recuerdan a su madre y dios que habla por intermedio de ellos. Le encanta cantar en la iglesia y percibe que es la elegida por dios para traer al mundo otro hijo de él. Mas la cultura del campo chileno de los años 80's, imbuida por la autoridad religiosa, el machismo que se reviste de abuso y un pueblo que por fin aparece en el mapa dan una panorámica a esta historia, que entretiene y que contiene mucho humor para hablar de una triste historia.
Es bacan cómo podemos ver las vidas "periféricas" de las que la modernidad o el proyecto moderno no se hace cargo. Me gustó mucho mucho el libro, livianito y entretenido y con un proyecto estético muy rescatable.
Una historia muy bien contada. Un libro entretenido, se lee rápido porque uno quiere saber que va a pasar. Conmovedor en el sentido de que retrata una realidad que muchas niñas viven en el mundo rural. Lo único que no me convenció tanto fue el final, pero eso ya es cosa de gustos. En resumen, es un libro totalmente recomendable.
Me pareció interesante, a veces exasperante por la credulidad de los personajes que sin embargo no dista mucho de la realidad, en especial para la década en que se desarrolla. Me sentí también muy cercana a la realidad rural descrita de forma cuidadosa, transparente. No pude evitar, sobre todo al principio, sentir que estaba presenciando un capítulo del día menos pensado o mea culpa, la intriga era similar mientras intentaba descubrir como sería el desenlace jajaj (mis disculpas si no es una comparación adecuada).
Me lo leí de una sentada, se lee rápido y me gustó que fuera una historia rural de la década de los ochenta. Es una buena muestra de lo que provoca el fanatismo religioso, la religión mal entendida y sus efectos en las personas en contextos vulnerables y familias quebradas. La protagonista es entrañable con su inocencia y su lógica infantil, los personajes de los niños estaban, en general, bien logrados, aunque a ratos se escapaba una voz más adulta. La señora del almacén del pueblo es un gran personaje y el abuelo cascarrabias me hubiese gustado que estuviera más desarrollado.
Bonita historia, sencilla y sin pretensiones más que contarla bien. Con ese preámbulo casi minimalista, Isabel Bustos consigue escribir una obra de personajes entrañables y delicadamente esbozados en su psicología, en donde el humor en la forma de lo tragicómico lo cruza todo, generando una suerte de culpabilidad la que junto con la historia te atrapan y no te dejan soltar el libro. Nadie se debería arrepentir de leerlo y de sonreír, al menos, una vez.
Una historia sorprendente de los años 80�, en un pueblo pequeñito y tranquilo de la región del Maule de mi querido Chile, donde nunca pasa nada.. o si? 🤔 Jeidi, la protagonista, es una niña de 11 años que vive sola con su abuelo. Y lo que a ella le sucede, la convierte de la noche a la mañana en alguien a quien todo el mundo quiere conocer. 🤭
Además la autora va entrelazando aspectos costumbristas tan propios de nuestro país y de la época. Por otra parte, conecté con algunos recuerdos personales que me transportaron a la niña que fui en ese tiempo también. Risas y lágrimas con el regreso al pasado. 😂😢 ( alguien recuerda los �1/2 hora? Alguien recuerda al “chupacabras�?)
En fin.. en este caso, la historia y mis recuerdos personales me tocaron la fibra sensible. ☺️
Un excelente relato, que partió gustándome porque de la narrativa chilena contemporánea que he leído ha sido la que mejor captura el habla coloquial, sin que se lea forzado pero pudiendo imaginar perfecto el habla de estas personas de campo. Además, pese a su ambientación en los 80, evita caer en nostalgias baratas: este mundo recreado o imaginado no se presenta como un pasado idílico y feliz. Por el contrario, se ve aquí pobreza material, suciedad, analfabetismo - todo relacionado con una brutal falta de oportunidades de quienes viven en lugares como Villa Prat. Y si bien se retrata esta realidad con harto humor y quizás bordeando la condescendencia, creo que hacer a un pueblo perdido en el campo chileno en los años 80 el sujeto de esta inusual novela coming-of-age le entrega una dignidad que va más allá de la forma en que se resalta la ignorancia o la simpleza de sus habitantes.
La narración está en tercera persona, y a primera vista parece ser una narración directa, en lenguaje concreto y sin pretensiones. Imagino que por eso y por su linealidad varios aquí la describen como una narración "simple". Pero el punto de vista y las expresiones de esta voz narrativa transitan de forma casi imperceptible entre los diversos personajes de Villa Prat, entregando en su conjunto una visión acabada de este pueblo. La joven Jeidi, de 11 años, es la protagonista, pero vemos su trayectoria desde tantas perspectivas que no me da para enumerarlas. Incluyen la perspectiva de su mejor amiga Vicki que "sabe que su amiga es santa y la necesita a ella", de Raúl el abuelo huaso pero finalmente entregado a su nieta, y hasta de la mercenaria del pueblo que se enriquece a costa de ella.
A través de esta focalización, y junto con contar una historia (entretenida, además) de principio a fin, Jeidi adentra al lector en aspectos inesperados de la vida en el campo, que se esconden detrás de la bucólica imagen de una niña santa ordeñando su única vaca o una fonda de pueblo para el 18. El contraste de la religiosidad popular y la institucional, por ejemplo, está hermosamente retratado en las peripecias varias del padre Amador y la madre superiora. La figura de la capital como un referente tan importante como lejano, con pueblos y ciudades de tamaño variable entre medio sale a relucir con el tema de las visitas médicas, pero también mediante múltiples personajes (Karla, Víctor Hugo) que de una forma u otra aspiran a llegar allá, o vuelven de allá. Las reflexiones de varios personajes femeninos sobre las patronas (¿serán "ricas porque son lindas o lindas porque son ricas"?) además del tono anecdótico con el que abordan el abuso sexual hacen pensar específicamente en cómo era ser una mujer pobre en un lugar/momento sin ningún tipo de pretensión de equidad de género ni de clase.
Gracias a las múltiples perspectivas de esta historia aparentemente sencilla, Bustos crea aquí un universo tridimensional, en el que parecen haber personas y no personajes, donde se sugiere mucho más mundo que el que se nos narra directamente. Si bien la trama es simple (y no la resumo mucho porque parte del goce de este libro sí está en ir viendo cómo se devela), esta plenitud del universo narrado hace posible argumentar que Jeidi está ahí arriba con las mejores obras de arte, en cuanto a la creación de un objeto narrativo auto-contenido, coherente y hermoso en su conjunto, que revela facetas inesperadas de la niñez, la religiosidad, y la vida en comunidad.
Hace tiempo que leía en español. Sin embargo, no fue más difícil que antes leer un libro en español y creo que se debe a que el lenguaje de la autora es claro y fácil de entender.
Pienso que Jeidi es lleno de suspenso y también humor. Nunca he leído nada similar a esta obra. Diría que es único en su tipo y vale leerlo.
Me encantan los libros chilenos, sobre todo aquellos que tienen ese "no se qué" que los caracteriza y me hace amarlos más.
A diferencia de muchas novelas chilenas, Jeidi suena diferente. Al leerlo siento que leo a alguien chileno en lugar de con un hispano cualquiera, y creo que sería el caso incluso si se quitan los chilenismos y expresiones autóctonas.
En una historia simple, cotidiana y fantástica a la vez, la autora consigue mostrar la variopinta sociedad chilena, junto con los diferentes valores e ideas que se mantienen hasta el día de hoy en muchas de nuestras localidades.
Es bello, nostálgico, y extrañamente cercano. Del Maule para el mundo, lo recomiendo mucho.
me gustó harto, es entretenido y era inevitable pensar en las historias que me contaba mi mamá de cuando ella y sus hermanas vivían en el campo en una casa con piso de tierra y que sus mayores entretenciones eran bañarse en el canal (en ese entonces limpio btw). es una historia tan sencilla, tan llena de costumbrismo y chile, y a pesar de lo caricaturezca que pueda parecer todo, mantiene un tono de seriedad lo suficientemente creíble como para no dejar de preguntarse qué es lo que sucederá con el gran plot.
me llegó al corazoncito porque me parece un relato muy sincero, es lo que es y no quiere ser nada más.
Hace un tiempo leí El Sur de Daniel Villalobos, donde retrata muy bien lo que es vivir en pueblos sureños, con una tonalidad gris y triste. Este en cambio, retrata el campo central, sin tristeza por parte de los protagonistas pero si por parte del lector, debido a la precariedad y diferencia socio-cultural chilena. Es una historia fantasiosa pero que fácilmente ocurre en la ruralidad nacional. La historia está bien escrita, es entretenida y enganchada queriendo saber el final, sin embargo no estoy segura de que un extranjero pueda apreciarla igual que un/a chileno/a.
Se agradece la intención simple y central de solo contar una historia, sin pretensiones formales y sin caer en el exceso de yo.
Casi siempre está al abismo de la caricatura, pero creo que lo resuelve bien y hay momentos conmovedores. En los silencios de la novela está su mejor aporte, en lo que no dice pero insinua.
Una pequeña gran novela, sobre una temática poco abordada en nuestra literatura contemporánea (eminentemente urbana), o más que una temática un contexto, una dimensión, que es campesina, rural, periférica. Escrito con una prosa sencilla pero muy certera, la autora nos adentra en la vida de una niña huérfana que vive en el campo con su abuelo (de ahí el sobrenombre), una niña criada a si misma y cuya cotidianidad dista mucho de la de los niños de ciudad. Además la historia está ambientada en los años 80, en plena dictadura, por lo que ese velo de oscurantismo está en cada línea y en las creencias de la época. La niña tiene 11 años y a pesar de no haber tenido la menstruación comienza a sentirse (y parecer) embarazada, ella dice que es un hijo de dios, que se le apareció, pero nadie le cree en el pueblo y el escarnio del rumor comienza a surtir efecto, hasta que visitan el consultorio y la matrona concluye estupefacta que la niña es virgen, de ahí se desata una delirante historia, delirante para nosotros, hoy, pero muy real en nuestro devoto Chile profundo, más aún en esos años. El desenlace mejor lo leen ustedes, pero el libro no tiene pérdida. Además está muy bien editado, como ya nos tiene acostumbrados Laurel. En suma, es cosa de tiempo para que esta novela sea premiada.