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207 pages, Paperback
First published January 1, 1989
“Michael se coloca las piernas de la mujer sobre los hombros, como los cables de un trolebús. En su pasión investigadora, observa entretanto atentamente su sucia grieta, una cartilaginosa versión especial de aquello que toda mujer posee en otro tono de lavanda o lila. Retrocede y observa con precisión dónde desaparecerá una y otra vez, para volver a aparecer bruscamente y convertirse en un completo gozador.(�). La mujer le llama. ¿Qué pasa entonces con su guía, su seductor? Sin que se haya dado a Gerti la ocasión de lavarse, su orificio aparece turbio, como recubierto de un envoltorio de plástico. Quién puede resistirse sin meter enseguida el dedito (se pueden coger también guisantes, lentejas, imperdibles o cuentas de cristal), enseguida se cosechará el asentimiento entusiasta de su parte más pequeña, que siempre sufre de algo. El indómito sexo de la mujer parece como carente de un plan preciso, ¿y para qué se emplea? Para que el hombre pueda dedicarse a la Naturaleza. Pero también para los hijos y nietecitos, que de algún sitio quieren venir a la merienda. Michael mira la complicada arquitectura de Gerti, y grita como si lo estuvieran despellejando. Como si quisiera sacar un cadáver, tira de los pelos de su coño, que apesta a insatisfacción y secreciones, delante de su rostro. Al caballo y su edad se les conoce por los dientes. Esta mujer ya no es tan joven, pero de todas formas esta ave de presa iracunda todavía aletea delante de su puerta.�
“Este niño ama a su madre, porque ambos obedecen a la Ley común de que no es la Tierra la que los ha engendrado, sino el padre. Del niño brotan catálogos enteros de productos. También se le podría comprar un caballo. Sí, el niño desea concordar total y enteramente con una cosa, y no es la voz del violín, sino el deporte. Las mercancías se convierten en palabras, dímelo, dinero.�