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«Y los gestos del amor, ese dulce museo, esa galería de figuras de humo. Consuélese tu vanidad: la mano de Antonio buscó lo que busca tu mano, y ni aquélla ni la tuya buscaban nada que ya no hubiera sido encontrado desde la eternidad. Pero las cosas invisibles necesitan encarnarse, las ideas caen a la tierra como palomas muertas.

Lo verdaderamente nuevo da miedo o maravilla. Estas dos sensaciones igualmente cerca del estómago acompañan siempre la presencia de Prometeo; el resto es la comodidad, lo que siempre sale más o menos bien; los verbos activos contienen el repertorio completo».

Cortázar utilizaba su portentosa inteligencia para jugar a retorcer la realidad y sacar de ese mismo entretenimiento un jugo absolutamente tragicómico y genial.

He amado muchos de los pasajes de Historias de cronopios y de famas, pero admito que terminé su lectura algo empachada de surrealismo, tal y como me sucedió hace alrededor de una década con Rayuela.