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Hay una corriente literaria que me parece terrible: la de los libros que parecen diseñados en un laboratorio para tener siempre alrededor de 500 páginas y que su grosor de tres dedos (y su portada como de serie de Netflix) le confieran el aspecto y el peso perfecto como para estar presentable en una mesa de novedades de unos grandes almacenes y representar ostensiblemente los veinte euros que quien lo compra se va a gastar en el regalo del Día del Padre, del Día de la Madre o de San Valentín. Yo no creo que la literatura sea algo que se mida en arrobas. De hecho, cuanto mayor me hago y más leo, más admiro la habilidad de los autores y autoras que son capaces de condensar una buena historia en un número prudente y sensato de páginas. Cada vez tengo más claro que quienes escriben bien no necesitan 500 páginas para contar una historia y que muy pocas narraciones merecen realmente el tiempo y el esfuerzo de una obra que supere las 600.

Baricco cuenta una historia hermosísima en ‘Seda��, sí, de las que se te quedan en el alma y en la imaginación por mucho tiempo. Pero, sobre todo, lo que hace es dar una clase magistral de escritura: una lección de que un universo, un amor legendario, un cara a cara entre dos mundos... se puede condensar en poco más de cien páginas. ‘Seda�� es un cuento histórico y una novela de amor: la historia de un contrabandista de huevos de gusano de seda japoneses que, en primavera, se convertirán en telas de lujo y en riquezas para una pequeña aldea francesa. También es un libro de viajes que nos recuerda cómo, hasta hace bien poco, el mundo era mucho más grande y mucho más hostil de lo que podamos recordar. Pero sobre todo es, como digo, la demostración de que se puede hacer mucho en muy poco, de que el ritmo y las elipsis pueden suplir perfectamente a páginas y páginas de redacción hueca y de que, en literatura, a menudo menos es más.