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La pandilla de Asakusa se lee rápido no porque enganche la historia, es más, la novela rehúye de cualquier narración lineal y coherente; se lee rápido porque es una serie de imágenes frenéticas e inconexas esparcidas por un mismo barrio, el de Asakusa. O al menos, el barrio que un día fue Asakusa. El Kawabata modernista de principios de su carrera literaria, un Kawabata obsesionado con el zoom in y el zoom out, rompe la cuarta pared y se refiere directamente al lector, ante el que se excusa por haberse ido por las ramas, o para disculparse de antemano por interrumpir una narración y saltar a otra completamente distinta. El epílogo donde Donald Richie relata sus encuentros con Kawabata me pareció precioso. No se ha convertido en una de mis favoritas, pero siempre está bien leer a Kawabata.

Este lugar bulle en la superficie, probablemente como ningún otro sitio de Japón.