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Cera en los oídos

Cera en los oídos. Uno de mis defectos naturales, junto con la miopía o el astigmatismo, es la producción excesiva de cera en los oídos. De la miopía fui consciente muy pronto, ya que desde los seis años era un niño gafotas. Lo de la cera tardó más en manifestarse, pero era muy joven cuando bañándome en la piscina me entró un poco de agua en el oído y aquello empezó a doler y terminé en urgencias. Qué vergüenza. El doctor que me examinó iba acompañado por una estudiante en prácticas, muy mona y con muchas ganas de aprender. Introdujo una especie de jeringuilla metálica inmensa por mi conducto auditivo y soltó allí un chorro a presión que hizo saltar un meteorito de cerumen que aterrizó con estrépito metálico ―¡clang!� en una bacinilla de acero que había apoyado en mi hombro.
―¿Has visto cómo ha salido? ―le decía con algo de autocomplacencia el médico a su discípula� Mira qué grande es ―insistía mientras con unas pinzas volteaba el asquerosito proyectil para apreciar con delectación toda su textura y coloración.
―¡Ahivá! ―dijo ella, fascinada, por el aspecto de aquel pedrusco deshonroso.
Yo estaba por levantar la mano y decir algo así como «pues sepan ustedes que yo me lavo todos los días» a modo de conjura para no morirme de la vergüenza, mientras, por otro lado, estaba admirado por la sensación de vacío que albergaba mi oído y porque empezaba a percibir los sonidos en estéreo. Pero la complicidad entre maestro y discípula era tan gozosa que el ninguneo al que me reducían hacía ociosa cualquier consideración por mi parte.
―Vamos a ver el otro oído ―casi exclamó el médico con gozo profesional�. Pues aquí también tenemos otro, vamos a ver...
¡°ä±ô²¹²Ô²µ!
Desde entonces, cada equis años paso por la consulta de un otorrino y nunca he permitido que mis tapones alcanzaran las dimensiones de aquella primera vez. Como tampoco el asunto es de mucho misterio, he ido a distintos especialistas haciendo uso de un seguro y como llegaba ya a la clínica autodiagnosticado ―«tengo un tapón y vengo a que me lo quite»� mis visitas médicas siempre han sido bastante expeditivas.
Así ocurrió hasta que fui a la consulta de una doctora muy alemana. Fue por casualidad, porque me entró la manía de que el cerumen me molestaba y consulté con varios médicos que no me daban cita hasta dentro de un tiempo. Pero la doctora germana me podía atender de un día para otro. Allí me planté.
―Buenas tardes, tengo un tapón y vengo a que me lo quite ―dije con mi soltura habitual.
―Bien, bien, vamos a hacerle un examen ―pronunció ella con un intensísimo acento de capitana de U-boot, dándole sonoridad a cada «bien» y marcando claramente las pausas.
―Es que fabrico mucha cera y se me hacen tapones, aunque me limpio con cuidado y he probado algunos remedios, pero de vez en cuando tengo que venir� ―alegaba yo, restando importancia a los servicios solicitados y excusándome retrospectivamente ante el recuerdo fantasmal de aquella estudiante en prácticas, tan mona, a la que me hubiera gustado en aquel tiempo remoto declarar mis hábitos higiénicos si me hubiera hecho un poquito de caso y no hubiera tenido sus sutiles conductos auditivos dedicados tan solo al doctor pagado de sí mismo.
�Ja, ja. Está bien. Primero vemos los tapones y luego hacemos examen.
―Si tampoco hace falta� yo vengo a lo de los tapones.
�Ja. Quieto ahora ―Y con unas pinzas y notable precisión extrajo mis tapones auditivos con visible satisfacción�. Ahora vamos a mirar�
―Si no es necesario� ―empecé a argumentar yo.
Pero era tarde, con rapidez asombrosa, la doctora alemana se había encasquetado una especie de visor del que salía algo así como una antena flexible con una lucecita en la punta. Parecía un rape. En un instante introdujo por mi fosa nasal aquel apéndice cimbreante que ―¡flop!� se deslizó desde una de mis fosas nasales al interior de mi garganta. «Pues es cierto que ahí dentro tenemos una cavidad importante», pensé de manera clarividente, constatando la certeza de un conocimiento teórico del que no tenía conciencia práctica hasta el momento.
La doctora miraba con la atención con que los capitanes de submarino otean la superficie a través del periscopio, aunque su visión era más espeleológica.
―Bieeen ―decía.
―Bieeen ―volvía a decir, unos segundos después.
―Bieeen ―repetía, de nuevo.
―Bieeen, bieeen, ¡ya está! ―exclamó triunfante, mientras izaba el cable iniciando la maniobra de extracción de aquel apéndice luminoso. Está todo correcto. Todo bien. Muy bien.
Y como algo había madurado desde aquella primera visita a urgencias, no pude contenerme y tuve que hacerle un comentario a mi doctora alemana:
―Cómo les gusta a ustedes, los médicos, aprovechar todos los orificios corporales para examinarnos.
Y ella me contestó con una rotunda felicidad cercana al éxtasis.
â€�¡´³²¹!. Y mi especialidad es la que más agujerros tiene.
Así me lo dijo.
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Published on May 01, 2025 09:58
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