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Rabia Quotes

Quotes tagged as "rabia" Showing 1-14 of 14
Idries Shah
“I will not serve God like a labourer, in expectation of my wages. Rabia”
Idries Shah, The Way of the Sufi

Richard  Bachman
“The deal is this. You be the hero. Come down here. Unarmed. Come inside with your hands on your head. I'll let everybody go. Then I'll blow your fucking head off. Sir. How's that for a deal? You buy it?”
Richard Bachman, Rage

“Y la Ծñ le dijo al lobo:
—Qué ǰó tan grande tienes.
—Solo es mi rabia.
—Qué rabia tan grande tienes.
—Es para ocultarte mi ǰó.”
Erin Doom, Fabbricante di lacrime

Idries Shah
“Service
I will not serve God like a labourer, in expectation of my wages.

Rabia el-Adawia.”
Idries Shah, The Way of the Sufi

Beatriz Esteban
“Y de alguna forma sentía que pasar tanto tiempo rodeada de fantasmas me había convertido en uno. Invisible para todo el mundo menos para mí, y tan real como una ciudad en llamas, gritando mientras ardo sin que nadie me oiga porque ya no queda nadie.”
Beatriz Esteban, Las voces del lago

Idries Shah
“I will not serve God like a labourer, in expectation of my wages.”
Idries Shah, The Way of the Sufi

Idries Shah
“Servicio
No serviré a Dios como un obrero a la espera de
mi salario.

Rabia el-Adawia.”
Idries Shah, El camino del Sufi

Isabel Allende
“«Divorciarme, eso es lo que debo hacer», mascullaba para mis adentros, pero debo haberlo dicho más de una vez en voz alta, porque Willie paró la oreja ante la palabra divorcio. Había pasado por dos anteriores y estaba decidido a evitar untercero; entonces me presionó para que consultáramos a un psicólogo. Yo me había burlado sin piedad del terapeuta de Tabra, un alcohólico despelucado que le aconsejaba las mismas perogrulladas que yo podía ofrecerle gratis. En mi opinión, la terapia era una manía de los estadounidenses, gente muy consentida y sin tolerancia para las dificultades normales de la existencia. Mi abuelo me inculcó en la infancia la noción estoica de que la vida es dura y ante los problemas no cabe sino apretar los dientes y seguir adelante. La felicidad es una cursilería; al mundo se viene a sufrir y aprender. Menos mal que el hedonismo de Venezuela suavizó unpoco aquellos preceptos medievales de mi abuelo y me dio permiso para pasarlo bien sin culpa. En Chile, en tiempos de mi juventud, nadie iba a terapia, excepto los locos de atar y los turistas argentinos, así es que me resistí bastante a la propuesta de Willie, pero él insistió tanto que por fin lo acompañé. Mejor dicho, él me llevó de un ala. El psicólogo resultó tener aspecto de monje, llevaba el cráneo afeitado, bebía téverde y permanecía la mayor parte de la sesión con los ojos cerrados. En el condado de Marin se ve a cualquier hora hombres en bicicleta, trotando enpantalones cortos o saboreando su capuchino en mesitas de las veredas. «¿Esta gente no trabaja?», le pregunté una vez a Willie. «Son todos terapeutas», me contestó. Tal vez por eso sentí un gran escepticismo frente al calvo, pero pronto éste se reveló como un sabio. Su oficina era un cuarto desnudo pintado de color arveja, decorado con una tela -mandala, creo que se llama- colgada en la pared. Nos sentamos con las piernas cruzadassobre unos cojines en el suelo, mientras el monje sorbía como un pajarito su té japonés. Empezamos a hablar y pronto se desencadenó una avalancha. Willie y yo nos arrebatábamos la palabra para contarle lo que había pasado contigo, la existencia de espanto que llevaba Jennifer, la fragilidad de Sabrina, mil otros problemas, y mi deseo de mandar todo al diablo y desaparecer. El hombre nos escuchó sin interrumpir y cuando faltaban pocos minutos para que terminara la sesión, levantó sus párpados capotudos y nos miró con una expresión de genuina lástima.«¡Qué tristeza hay en sus vidas!», murmuró. ¿Tristeza? Eso no se nos habíaocurrido a ninguno de los dos. Se nos desinfló la rabia en un instante y sentimos hasta los huesos una pena vasta como el Pacífico, que no habíamos querido admitir por pura y simple soberbia. Willie me tomó la mano, me atrajo a su cojín y nos abrazamos. Por primera vez admitimos que teníamos el ǰó muy adolorido. Fue el comienzo de la reconciliación.-Voy a aconsejarles que no mencionen la palabra divorcio durante una semana. ¿Pueden hacerlo? -preguntó el terapeuta. -Sí -respondimos a una sola voz.”
Isabel Allende, La suma de los días

H.M. Forester
“As well as this, there were of course many sceptics and detractors, not only of Shah but of his students and his would-be or wanna-be students. They’d say things like “You’ve been studying for � what? � 10, 20, 30, 40, 50 years. And where has it got got you, eh? Eh? Nowhere.� And there really was no answer to that, other than to simply try to show a good example, and hope that some might sense subtle signs of progress having been made. But no: they wanted to see Gandalf with his whizz-bangs. Unlike Rabia, we couldn’t magically produce an onion out of thin air � an incontrovertible act � and later retort: “What? Do you think that God is a greengrocer, or something?”
H.M. Forester, Secret Friends: The Ramblings of a Madman in Search of a Soul

“No hay que irritarse con las cosas, pues a ellas nada les importa”
Marco Aurelio, Meditaciones
tags: rabia

Jonathan Tropper
“Llega un momento en el que estar enfadado no es más que un mal hábito, como fumar, que te va envenenando sin que te des cuenta.”
Jonathan Tropper, This is Where I Leave You

Rupi Kaur
“Cogí las ultimas flores que me regalaste, ahora se marchitan en el jarrón. Una a una les arranque los petalos y me los comí.”
Rupi Kaur, The Sun and Her Flowers

Almudena Grandes
“Aquella fue la primera vez en su vida que Raquel Fernández Perea vio llorar a su abuelo, la primera y la última, la única, pero nunca se sintió privilegiada ni orgullosa por haber sido testigo de su llanto, como había sido tantas veces espectadora de su alegría, porque su abuelo lloraba como un niño pequeño, sin freno, sin pausa, sin consuelo, olvidado de su nieta y de sí mismo, del hombre que había sido y del que seguía siendo, un hombre que había podido morir muchas veces y había salvado la vida para celebrar la muerte de su enemigo bailando un pasodoble con su mujer en una plaza del Barrio Latino de París, muy poco, poquísimo, casi nada, con un frío que pelaba y delante de una pandilla de inocentes, Ignacio Fernández Muñoz, alias el Abogado, defensor de Madrid, capitán del Ejército Popular de la República, combatiente antifascista en la segunda guerra mundial, condecorado dos veces por liberar Francia, rojo, español, y propietario de una pena negra, honda y sonriente que su nieta no olvidaría jamás, como no olvidaría la tarde en que le vio llorar, más solo, más angustiado, más derrotado que nunca, incapaz de seguir reteniendo por más tiempo todas las lágrimas que no había dejado ir mientras toreaba a la muerte por su cuenta, mientras se fugaba de las cárceles, de los campos, de los trenes, de los que le querían matar sólo porque era él, y que eran todos, mientras se acostumbraba al fracaso perpetuo de una vida próspera en un país ajeno, y al sueño imposible de la ciudad propia que volvía a perder cada mañana, porque somos de un país de hijos de puta, vamos a brindar, porque somos de un país de mierda, brindemos, él había levantado la copa, todas sus copas, pero había retenido también todas sus lágrimas para dejarlas ir ahora, sin freno, sin pausa, sin consuelo, para llorar el llanto de una vida entera [...]”
Almudena Grandes, El ǰó helado

Dino Pešut
“Lo único que libera una declaración de amor hecha demasiado tarde es rabia.”
Dino Pešut, Tatin sin
tags: amor, rabia