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Cartarescu juega en otra liga. La Liga de los escritores extraordinarios. Pero también juega en la Liga de los escritores extraordinarios que escriben para unos pocos. Porque leer a Cartarescu no es precisamente fácil, al menos no siempre, y en esta ocasión, Theodoros, no ha sido fácil.
Ya el argumento avisa de sus intenciones: la vida y tribulaciones de un joven rumano de ascendencia griega que tras ser entre otras cosas, criado, monje o pirata, llegará a convertirse en emperador de Etiopía en el siglo XIX desafiando la legendaria condición para ocupar el trono de ser descendiente directo del Rey Salomón y la Reina de Saba.
Lo que aparenta ser una novela épica de aventuras con sus batallitas, sus leyendas, sus encuentros de amor prohibidos y sus dosis de historia y de religión, se presenta como una vorágine descontrolada, bastante repetitiva y tediosa a veces de desenfreno fantástico, alegórico y hasta apocalíptico como sólo el bueno de Cartarescu es capaz de regurgitar a veces. Porque mentiría si no dijera que en muchos momentos no sabía ni lo que estaba leyendo, y si bien es cierto que en ocasiones resulta un placer sublime leer muchos de los pasajes (como sublime me pareció leer “Nostalgia�� o “Solenoide��), en otras momentos he acabado mareado y aturdido de tanta exuberancia y libertad literaria.
Hay que leer a Cartarescu, pero si no lo has hecho antes, mejor empezar por alguna otra de sus obras.